El camino se desvía en cierta ocasión para descender por una suave colina hasta un santuario, el cementerio donde los campesinos de las aldeas cercanas entierran a sus muertos. Tímidamente acurrucado entre las montañas, entre las lápidas blancas generalmente cubiertas de hojas y al abrigo de diversos abedules, en aquel lugar se respira paz. Ni siquiera los bandidos se ven capaces de molestar a los muertos.