Como un pétreo guardián de piedra de kilómetros de altura, la catedral se alza imponente en el corazón de Maravinde, precediendo a la espaciosa plaza de la ciudad. Sus enormes campanas resuenan al alba y al anochecer marcando las horas del día. Su interior es amplio, de piedra blanca en contraste con la semioscuridad de su interior en las horas diurnas. Los haces de luz que alcanzan a iluminar el recinto a través de las vidrieras de colores caen directamente sobre el altar, con una mesa blanca y la estatua de Cristo presidiendo el territorio sagrado.